2012/01/20

Aproximación a la cuestión del alma

Hace un tiempo me dio por escribir un post sobre la presumible demostración racional de la existencia de Dios:

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No me refería al Dios de ninguna religión en concreto, sino al concepto de Dios mismo. En aquel post, de una forma sencilla, creo haber dejado patente que la razón, tal y como la entendemos, es previa a nosotros mismos y rige las "reglas del juego". Por tanto, los hombres no somos creadores de razón, sino intérpretes de la misma. Y esa razón, en cuanto entendida como tal, debe ser fuente de algo innegablemente inteligente desde la perspectiva humana. En este punto los escépticos sacan a relucir la magia cuando la ciencia no les asiste: en su opinión estas reglas, que indudablemente reconocen como tales, serían producto del azar, repitiéndose un fenómeno innumerables veces hasta que en una de ellas, por pequeña que sea la probabilidad, de pronto todo encaja y surge la armonía del caos más absoluto. O dicho de otra forma, que si coges 35 cubos de pintura y los arrojas a un lienzo infinitas veces, al final aparecen las Meninas exactamente clavadas al cuadro original. Yo, sin embargo, soy de los que piensan que, detrás de las Meninas y su belleza, hay sencillamente un señor llamado Velázquez. También lo pensaba Darwin, por cierto. A mi esa explicación del ciclo infinito no se sabe por qué, de una especie de sopa cósmica que tampoco se entiende de donde viene y que se repite incesantemente en función de nada concreto, francamente me suena a cuento chino; es una manera forzada de dar una explicación que, de puro absurda, pasa de pseudocientífica con alfileres a directamente fantástica, sobre algo que parece mucho más asumible para la razón humana: a saber, que existe un Creador de toda esa armonía y equilibrio. Y como un creador debe tener otro creador y así sucesivamente, al final se llega a uno que no tiene, fuente de todo, perfecto en sí mismo, único y eterno, prácticamente ininteligible para la razón (pero no la conciencia) humana.


Sirva esta introducción para refrescar la memoria y entrar en materia, y prosigamos con lo que nos ocupa... De un tiempo a esta parte y a raíz de un libro muy interesante que he leído titulado "El átomo y el alma", de Kurt Sausgruber, me he empezado a plantear si también existen argumentos racionales que puedan apoyar la existencia del alma. Tampoco vista como algo estrictamente religioso, sino en un sentido más abstracto y amplio del término, como una "fuerza" existente, pero ajena a la materia tal y como la conocemos en cuanto no mesurable, motor de eso excepcional que es la vida. ¿Y por qué no? ¿Creemos saberlo todo? Entre una piedra y un perro, ¿sólo hay una distinta ordenación de los átomos? ¿O por el contrario la intuición dice que hay algo más que los diferencia? Y lo que es más importante, ¿qué es esa intuición y de dónde viene? Sin ánimo de ofrecer respuestas concretas, creo que se puede apuntar a una serie de reflexiones interesantes.

Leyendo el citado libro y entre algunas aseveraciones cuanto menos cuestionables, sí que pude encontrar las pistas para enarbolar un razonamiento bastante sólido. Me explico. En ese orden de que hablábamos al principio y que es el Cosmos, venga de la sopa cósmica, venga de un creador, o venga de donde se quiera, el caso es que al final hay unas normas, unas leyes físicas y matemáticas, algunas descubiertas por el hombre, otras por descubrir pero que ahí están. Y esas reglas, hasta donde se sabe, son universales mientras no vengan otras que las pongan patas arriba, pero esas nuevas seguirán siendo reglas al fin y al cabo. Hay un equilibrio, una estabilidad que se basa en una tendencia de la materia a la entropía; y esa tendencia es la que nos ha permitido estudiarla: si dos átomos distintos tienden a unirse de determinada manera en unas condiciones específicas, lo harán una y un millón de veces, exactamente igual, formando cuerpos más complejos que a su vez se combinarán de otras formas, previsibles y cuantificables precisamente porque hay unas normas. No soy ni mucho menos un experto en la materia, pero sabemos por qué hay sólidos, líquidos y gases, cómo se comportan y cómo reaccionarán mezclándose entre sí en un medio determinado, que es exactamente igual. Esto no hace sino reforzar, de una forma contundente, todo cuanto argumentaba en mi viejo post y que recordaba al principio de éste.


Pero entonces, en medio del Universo y de todas estas reglas, algo pasa. Es algo excepcional y único: por algún motivo, una serie de átomos rompen esas reglas y no sólo eso, sino que al romperlas perduran, formando otra cosa distinta que es la vida. Y aquí nuevamente tendremos que escuchar el mismo argumento de los escépticos: después de incontables choques y mezclas de átomos, osea de piedras con gases y demás materia, antes o después habrá un resultado que genere la primera célula estable, y ésta seguirá creciendo y multiplicándose, y acabará formando vidas más complejas y variadas, todo ello en nombre de un azar repetido hasta el infinito. Aunque no está muy claro cómo se forma la célula, ni por qué crece o forma órganos, ni tejidos, ni cómo o en virtud de qué lo hace. O sea que ya tendríamos dos azares: el que crea la ordenación universal y el que, dentro de la misma, hace aparecer la vida contra todo pronóstico y de forma sostenible. Aún más: si hemos dicho que existen unas reglas que se repiten indefinidamente, ¿por qué deberían romperse, incluso en un proceso que presumiblemente tienda al infinito? Yo veo muchas teorías sobre choques de materia, pero poca explicación de las mismas y mucha sopa boba (nunca mejor dicho). En su lugar me planteo: ¿existe algo que, desde fuera de las reglas físicas, insufla vida a la materia? ¿Podría ser ese algo lo que llamamos alma? ¿Podría ser la vida el vehículo material de ese ente abstracto? Pero entonces, ¿por qué hay vidas tan distintas? Podrá comprobarse que, según mi argumentación, el alma a que me refiero sería algo en común a todos los seres vivos.

La vida tiende a la ectropía (que no entropía) y sólo se mantiene por una perfecta armonía entre las distintas partes que la componen, ya que por separado éstas se autodestruirían: quítale el corazón a un hombre y el resto del cuerpo se colapsará de inmediato. Las partes del cuerpo no liberan energía y en su lugar la consumen, no tienden al equilibrio, sino que son compensadas por otras, y el resultado final es en definitiva una combinación fascinante e insólitamente estable. El cerebro es el encargado de coordinar todos estas funciones, pero también está formado por átomos "rebeldes" y, como tal, no puede ser en ningún caso origen de este particular equilibrio sino motor del mismo. No es que pensemos por el alma: hay una serie de procesos racionales que dependen exclusivamente de la actividad neuronal, pero esos procesos no dejan de ser cómputos, lógica e información,  no estarían "vivos" de no ser por una conciencia animadora que se manifiesta a través de (o junto a) los mismos. Luego hablaremos de esto.


La excepcionalidad de lo viviente tiene un equivalencia fácil de entender: la máquina. Como ocurre con la vida, la máquina depende de la coordinación de distintas partes para funcionar y, al igual que nosotros sentimos dolor como parte de la violación de ese equilibrio, la máquina chirría o se calienta si una de las piezas ha dejado de funcionar. Una roca no sufre, ni chirría, y si algo la destruye sencillamente se transforma y, de acuerdo con las leyes físicas, será otra pieza del puzzle. Pero si la máquina o el individuo se rompen (mueren), su razón de ser finaliza como tal: pasan a reintegrarse en las reglas del juego, vuelven a ser partes separadas, trozos, piezas en definitva, de pronto son como la roca, pero no conjunto funcionante. Y de aquí se puede extraer una conclusión reveladora: toda máquina está construida por alguien con un fin. Nadie fabricaría algo que no estuviera destinado a purificar el aire, enlatar mejillones, mover las manillas de un reloj o cualquier otra cosa; y entonces los seres vivos, esas máquinas orgánicas... ¿para qué? Mucha gente afirma que la creencia en una vida más allá de la muerte es una negación del ser humano ante la evidencia terrible de que todo acaba, es decir una pataleta, una quimera; yo sin embargo pienso que responde a algún tipo de percepción del alma y al argumento último de que no hay un sentido aparente para nuestras vidas. De hecho, a nadie le pasa inadvertido que la inmensa mayoría de astros carecen de vida alguna, por lo que ésta, como máquina, se demuestra completamente innecesaria si no tiene algún tipo de objetivo que evidentemente se nos escapa... A estas alturas el lector entenderá lo alejadas que están las posturas de la sopa cósmica repetida hasta el infinito y la del diseño claramente inteligente, y sabrá valorar por sí mismo cuál de las dos le convencen más.

¿Pero qué es el alma? Existen estudios serios realizados a mediados del siglo XX, en universidades como Harvard o Cambridge (no es moco de pavo), que demostraron un incremento del 16% en la tasa de acierto sobre lo que sería la media aritmética, ante una misma prueba realizada a nada menos que 80.000 personas. Dicha prueba consistía en separar a dos personas: a una le enseñaban una carta al azar de un conjunto y le pedían que la retuviese mentalmente; a la otra persona, en una habitación distinta, le informaban de que alguien estaba pensando en una de esas cartas y debía adivinar de cuál se trataba. Los resultados no fueron determinantes, pero sí apuntaron a un indicio de capacidades telepáticas entre los individuos. Esta aptitud, como la telequinesis o la propia intuición, forman parte de un conjunto definido como P.E. o percepción extrasensorial, que se sitúa entre la línea de lo demostrable y lo fantástico. Y, aunque todos hemos escuchado eso de que tan sólo usamos un pequeño porcentaje de nuestra capacidad mental, a nadie se le escapa que la palabra "extrasensorial" define algo que escapa a los sentidos y, como tal, no pertenece al mundo físico. Es posible que esa parte del cerebro que no usamos exista, ¿pero quién sabe si es precisamente el enlace con algo no atómico, que se adelanta al objeto, lo intuye e incluso manipula?


Luego está el tema de los sentimientos, recurrente pero igualmente interesante: no es aventurado decir que éstos pueden diferir de la lógica, siendo a menudo completamente irracionales. ¿Por qué aceptamos que muchas veces una persona sienta algo, cuando la razón le dicta lo contrario? Entonces, ¿ambas tendencias provienen del cerebro, que se contradice a sí mismo? Lo cierto es que sentimientos como el amor, la lealtad, el valor, la abnegación, que perfectamente puede mostrar una persona discapacitada mental, o incluso un animal de compañía pese a su escasa inteligencia, no está claro provengan del cerebro como fuente. Evidentemente se procesan por el mismo y se manifiestan en el cuerpo a través de diversos cambios químicos, al igual que el microprocesador de un ordenador coordina y calcula todas sus funciones, pero... ¿dónde está el usuario? En psicología, una ciencia relativamente incipiente, Dilthey es considerado como fundador de la orientación filosófica, al comprobar que determinados malestares mentales no pueden considerarse y por tanto tratarse desde un punto de vista estrictamente somático. Y sus teorías fueron sobradamente reconocidas, sentando las bases de la psicología moderna. Una persona no es sólo un conjunto de tejidos que producen reacciones eléctricas: hay unos anhelos, unas inquietudes e incluso unas aspiraciones más elevadas que, de alguna forma, resulta difícil creer no sean más que un atajo de átomos ordenados de distinta manera que los de una roca. Acostumbrados a convivir con todas estos sentimientos, creo francamente que no los valoramos en su justa medida y, bien visto, no nos paramos a pensar en lo completamente diferentes que son a todo cuanto entra por los sentidos, esto son las sensaciones.

Por tanto, ¿qué se puede extraer de toda esta parrafada? Pues, como mucho, sentar una serie de antecedentes a partir de los cuales sacar muy pocas conclusiones y muchas conjeturas. Evidentemente no iba a demostrarle a nadie qué es o si existe el alma, pero he querido dejar sobre la mesa una serie de reflexiones que a nadie pueden parecer banales. En definitiva, creo que desde un punto de vista racional no es descabellado intuir la presencia de una fuerza animadora que sostiene toda vida y cuya procedencia es desconocida, pero evidentemente ajena al mundo atómico, es decir a nuestro plano de realidad. Vuelvo a darte las gracias si has llegado hasta aquí, lector; estoy seguro de que el texto te habrá parecido tan interesante como pesado, lo cual ya es bastante.