2012/04/20

Ideologías

Con el uso de la red social Facebook durante varios años, me doy cuenta de que, en poco tiempo, la opinión que tengo sobre alguien puede cambiar. Y, del mismo modo, estoy seguro de que también puede cambiar la opinión que alguien tiene de mi. Pienso sobre ello y entonces me doy cuenta de que no hay un motivo claro para que ocurra esto más allá de lo que podríamos denominar un choque de ideologías. Eso para quienes nos mojamos, claro.

Hablar de esto no es sencillo. ¿Qué es la ideología? Según la recurrente RAE, viene a ser un conjunto de ideas que caracterizan a una persona o grupo. Pero vamos a centrarnos en lo segundo, ya que el mismo significado puede tener sin embargo connotaciones muy distintas. Ideología, para lo que viene al caso, podría ser lo que define a la derecha o a la izquierda política, qué es ser verde, hippie, ser del Real Madrid e, incluso, católico o musulmán, puesto que las religiones también entrarían en el discurso.

Encontraríamos entonces dos posibles puntos de vista, fundamentalmente opuestos: A- Que las ideologías son un conjunto de referencias, valores e ideas que sirven de guía al individuo. O bien B- Que son un conjunto de prejuicios, reglas y dogmas que sus seguidores abrazan para no tener que pensar mucho por sí mismos. Y entre estos dos puntos de vista tan distintos, una cosa es común: pareciera que personas de distintas ideologías viven en mundos diferentes; ya lo decía Hegel, que la ideología es una representación de la realidad que sustituye a la realidad misma y por tanto fuente de desconocimiento.

Ahora volvamos a los dos puntos, A y B, y volvamos también al inicio del post, donde decía que la opinión sobre otro puede cambiar en buena medida por un choque ideológico. Pero veamos, si Pepito me parecía una buenísima persona, majo, enrollado, amable, generoso, es decir, si podría destacar sus virtudes como tales, ¿por qué de pronto me parece estúpido, al descubrir que nuestras ideologías chocan? Por consiguiente, si realmente se diese la situación A, entonces ¿cómo una ideología que me parece negativa va a servir de inspiración a una persona que al mismo tiempo me parecía encantadora? Y es que no es así, sino más bien el caso B: personas que pueden ser buenas por sí mismas, de valores y principios positivos, adoptan luego una ideología, mucho más tarde, seguramente porque les han dicho o enseñado que es la correcta. Por eso hay gilipollas y buenas personas de derechas, de izquierdas, ateos, cristianos, hippies y del Real Madrid, simple y llanamente.

La ideología, por tanto, pareciera un enredo de normas prefabricadas. Pero esas normas, necesariamente, deben provenir en el tiempo de unas ideas originales: ahí es donde el individuo avispado, quien no se conforma sólo con tener la cesta de alfalfa llena, puede emprender un peregrinaje hacia la fuente, es decir, hacia las ideas mismas, y sólo así utilizar la ideología como una inspiración y no como una limitación. Y ya le voy adelantando al lector que esta búsqueda implica necesariamente la revisión de muchas ideas "propias", puesto que es iluso pretender que personas de distinta procedencia, edad y condición compartan las mismas ideas y al mismo tiempo éstas sean personales. Es lo que yo llamo el "set de baño": es decir, si me gusta esta marca de desodorante, ¿por qué tengo también que elegir la misma marca de colonia, pasta de dientes y gel de baño? Mientras así sea, la ideología no es más que algo predefinido, abrazado ante lo que seguramente será una ausencia de criterios propios.

Llegados a este punto, tenemos dos cosas a distinguir: la diferencia entre el bueno-malo y la diferencia entre el tonto-listo. La primera distinción, como hemos visto, es previa a la ideología misma: no caigamos en el error de pensar que, porque alguien se llene la boca hablando siempre de esto, o de aquello, por mucho que choque con nuestra propia ideología, tiene que ser mala persona, o en definitiva un gilipollas. Muy probablemente ambas partes sean víctimas de su propia ideología, y se enemisten y recelen la una de la otra por un montón de cosas que, en realidad, no les afectan para nada. Piénsalo, lector: entre la gente que no comulga con tus ideas, ¿acaso no eres capaz de distinguir que hay buenas y malas personas? Aún más, entre quienes comparten tu ideología, ¿no ves que también hay auténticos cretinos? La maldad, o mejor diremos la hijaputez para entendernos bien -el concepto de malo se asocia demasiado al villano de una película, cuando una persona mala es en realidad aquella que, por pequeñas cosas y poco a poco, te pueden ir dando por saco-, es algo que definitivamente no proviene de ideologías, por mucho que le cueste creérselo a los que ya han sucumbido a una u otra.

Y hablando de sucumbir, eso nos lleva a la segunda distinción, la del tonto-listo. Cada ideología esconde una serie de conceptos que vamos descubriendo, fundamentalmente con el tiempo, hasta que su cantidad llega a abrumar: multitud de datos, de escritos, de personas razonando sobre esto y aquello, de alegaciones y justificaciones, teorías y toda una maquinaria tentadora, pero que impide ver lo más importante: ¿en qué se apoya? Es como quien descubre un tesoro y, distraído con las monedas de oro y los collares de perlas, no ahonda lo suficiente como para identificar ese gran diamante que se esconde en lo más hondo. Imaginemos por un momento que alguien, en vez de distraerse con todos los accesorios, fuese cambiando de tesoro, de uno a otro, extrayendo directamente ese gran diamante que es la justificación de todo lo demás, la verdadera fuente que sirve de inspiración, lo que enseña pero no impone... Pues ese es el listo, osea el avispado que decía antes. Es en definitiva aquella persona que pueda hacer una explicación razonada de su ideología, ser crítico con la misma y, probablemente, tomar elementos de otras, incluso aparentemente contradictorias. Si no es así, por muy bien que escriba y muchos libros que haya leído, no estará más que haciendo un mejor inventario de las monedas, pero se habrás perdido el diamante. Voy más lejos: prefiero al bobo pancartero, probablemente incapaz de explicar lo que "piensa" más que con cuatro eslóganes prefabricados (tan frencuente en Facebook...), a quien, teniendo el potencial para ver más allá, se queda en lo mismo, pero de forma algo más ilustrada.

Concluyo: las ideologías por tanto no deben servirnos como limitación, sino como inspiración. No reneguemos de las ajenas ni nos sintamos heridos en las propias, puesto que somos personas y nuestras ideas deben ser exclusivamente nuestras, no de otros ni de ningún colectivo. Distingamos entre una agresión hacia nosotros y hacia un grupo de ideas con las que simplemente podemos identificamos; porque si realmente las entendemos, veremos que no estamos tan a la defensiva y hasta, quien sabe, puede que empecemos a cuestionarnos según qué cosas para enriquecernos. Dicho de otra forma: si nuestra ideología, en vez de inspirarnos, lo que hace es llenar el vacío de nuestras propias ideas, es normal que nos enfademos cuando la critican, puesto que critican parte de nosotros; pero esa parte no es lo que somos, sino lo que hemos tomado como nuestro, tanto más cuanto más simples somos.

A pesar de todo, si en la búsqueda de la verdad te encuentras con alguien que, además de malo, también es tonto y encima tiene una ideología opuesta a la tuya... ¡no pierdas el tiempo!