2012/03/05

Igualdad (real), divino tesoro

La otra vez, charlando, estuve pensando sobre una verdad: hay hombres que se sienten cómodos con una novia muy celosa. La primera idea ante esto es que, probablemente, ambos miembros de la pareja mantengan una de esas relaciones que ahora se da por denominar "tóxicas". Es decir, una especie de círculo vicioso que, a cada giro, va hundiendo aún más a las partes implicadas hasta reducirlas a poco menos que espectros de personas en según qué casos. Y ojo, porque todos están expuestos a vivir esta toxicidad, sobre todo cuando nunca lo han hecho; si por el contrario ya la han experimentado, probablemente huirán salvo que haya de por medio problemas psicológicos reales, dependencias enfermizas o inseguridades preocupantes. Pero mientras vivan esta experiencia por primera vez, tal vez no sean conscientes del hoyo donde se ha instaurado su relación: tenemos casos a mansalva en la toda esa colección de hombres que ponen una cara para sus amigos y otra para su mujer, diciéndole a ésta que el resto del género femenino no existe para ellos. Nadie se lo cree, pero con la intención de creérselo pareciera bastar. A veces estas relaciones perduran con unas pinceladas de autoengaño, otras se acaban derrumbando, pero siempre quedará un poso de mentira, de desconfianza, de hipocresía.

Sin embargo hay otro tipo de relación tortuosa y, al mismo tiempo, aceptada conscientemente. Es verdad, salió en aquella conversación: hay quien vive estas relaciones mal llamadas apasionadas y se siente cómodo, pero tiene una explicación en el juego de roles, a partir de un machismo trasnochado y una sexualidad mal entendida. El lector podrá salir a buscar ejemplos varios en todos esos locales de salsa y música latina de la ciudad, donde servidor tuvo la ocasión de pulular por otro tipo de relación mal entendida, que ahora no viene al caso. Allí los hombres, machos como les gusta sentirse, lo son más cuanto más "chingan" y "maman", mientras que las novias, "churrias" si se acercan a menos de medio metro de cualquier otro hombre, hacen las veces de guardesas de sus viriles novios, animados por la fuerza natural del esperma en ebullición. Oye, y todos lo aceptan...


Explicado de una forma mucho más sencilla: hay parejas que se sienten cómodas con este rol de la mujer celosísima sencillamente porque está totalmente justificado. Los celos pueden destruir una relación, pero cuando ésta debería estar rota desde mucho antes por otras causas, los celos son una forma de amalgama in extremis. La novia, que estuvo meneando el culo hasta conseguir pareja, sabe que su macho sale a "hasel maldades" todo lo que puede, alternarnando con otras efebas que mueven las nalgas como ella lo hiciera en su día y sintiéndose tanto más hombre cuantas más conquistas sume; y no sólo lo sabe, sino que la muchacha lo acepta como atributo varonil e inevitable de su pareja. Y este prototipo de semi-hombre, conociéndose, delega su conciencia en la parienta: si le pilla toca bronca, consuelo consiguiente y "eres la madre de mis hijos", si no tiene vía libre para que sus hormonas se explayen. Ella vigila cual gorila, mientras que él se evade cual rata, ¡lo cual no deja de ser irónico! Es lo que pasa cuando la masculinidad es mal entendida y, sobre los principios de honestidad, honor, deber, valor que podrían atribuirse a un hombre, se antepone el mamoneo cutre de ligón de instituto. Por supuesto puede ser al revés, aunque en estos casos la cosa suele acabar peor, con alguna galleta en la cara de la mujer que delata ese ojo morado o ese labio partido tan tristemente comunes en estos círculos, que por supuesto no se limitan a locales de música latina, sino a la aceptación de la estupidez, propia y ajena, como modo de vida.

Sin embargo, hace poco también mantenía una charla sobre eso que ahora llaman igualdad, pervirtiendo la palabra una vez más. Un amigo que hace un máster sobre esto y con el que ya debatí en su día, aún siendo reticente a darme la razón, me ha acabado confesando: "es una secta de intransigentes y borregos, estoy hasta los cojones de la puta igualdad". ¿Y qué es esta falsa igualdad? No será la de los derechos y deberes, seguro. Es más bien darle la vuelta a la tortilla y negar lo de los dos párrafos anteriores mediante la inversión de disparates. Así nos encontramos con las ya clásicas frases hechas, lugares comunes, mentiras disfrazadas y, en el fondo de todo eso, el mayor de los machismos encubiertos, consistente en decirle a una mujer que para prosperar y hacerse respetar debe ser un "hombre con coño", es decir, pensar, actuar, sentir y manifestarse como un hombre, atribuyendo a las características típicamente femininas (sensibilidad, ternura, comprensión, maternidad...) un halo casi de vergüenza y de inferioridad. Ellas se resisten a pesar del bombardeo mediático, aún hoy, porque está en su naturaleza aunque se lo nieguen; y así vemos cómo triunfan bailes típicamente femeninos importados de otras culturas, como la danza del vientre, la coreografía bollywoodiense, el baile tribal, la mencionada música latina, etc. Quieren sentirse mujeres sin verse juzgadas por el omnipresente Gran Hermano, y ahí se desahogan. Por eso mismo también corren a los brazos de esos machitos de corral que mencionaba antes, porque ahí encuentran algo parecido al hombre cortés que esperan, según sus propias palabras. Encuentran, en definitiva, algo distinto y característico, que sin embargo aquí diluimos en la sopa de miembros y miembras, complejos y estupidez "ad nauseam". Por supuesto detrás están los de siempre, azuzando a su rebaño, sólo que en vez de perros pastores ahora sólo necesitan una propaganda perfectamente diseñada y sembrada de eufemismos, cacareada por la gran mayoría de esclavos ya desprovistos de dignidad. ¿Por qué? Es neolengua, es relativización de valores, son familias rotas, es mano de obra barata, son seres clónicos, es un mundo donde nada se distingue y todo se desvirtúa. ¿Para qué privar a los individuos de libertad, si puedes privarles de valores y referencias en un pastiche informe?


Y así nos encontramos de lo primero a lo segundo. De que Jefferson Rodríguez tenga ya cuatro hijos de tres niñas distintas de 15 años, una de las cuales es su mujer, encerrada en casa y arañando la pared de celos mientras su machote se va de parranda... De eso, decía, a que la señorita occidental adoctrinada por la sociedad, muy moderna ella, vea como su matriz se seca li-te-ral-men-te antes de tener un hijo, tratando de realizarse en algo que nunca la llenará tanto como el mayor de los dones. Eso si no ha abortado en el transcurso, víctima terrible y última, más allá de cualquier otra consideración, de esta trampa literalmente mortal. Luego, cuando una mujer tiene un hijo rondando los cuarenta, suele decir "¡si lo hubiera sabido antes!", pero ocurre como con el carnet de conducir: que cuando lo tienes ya te olvidas de todo, consciente de la mafia que hay detrás e incapaz de luchar contra la enorme rueda que gira inercialmente. Se pasa de lo primero a lo segundo y, por el camino, se pierde el hilo de la sensatez misma en esta jungla que es la sociedad del siglo XXI. Se pierde todo vestigio de confianza y apoyo mientras la familia se desdibuja y se pasa de blanco a negro o viceversa con la connivencia de toda la ciudadanía, término que se ha pervertido para definir a una masa de idiotas. Se pasa, en definitiva, de que el machista le rompa la cara a SU hembra, a que una mujer denuncie a su novio y, preventivamente, éste ingrese en prisión sin juicio, sobre lo que por cierto ya hay documentales extranjeros alertando. Igualdades para lo que conviene, diferencias para lo que interesa, en última instancia consignas. Así estamos.

El nuevo milenio ha traído consigo toda la mugre anidada lenta, pero inexobrablemente años atrás, en el convulso siglo XX. Pero es de un tiempo a esta parte cuando ha eclosionado, salpicándonos a todos. Y detrás está el dinero... el dinero loco, el dinero cerdo, el dinero sin ley, sin piedad, esto es la ambición, estos son los altares demoníacos, el mal en estado puro, si es que aún se puede decir esto sin que te relativicen. Estoy aburrido de ver cómo las políticas de uno u otro bando sirven a este propósito siniestro, complementándose mutuamente en un mismo engranaje que destruye valores y dignidades alternativamente. También estoy cansado de escribir en estos términos: parezco un vejestorio y tengo 33 años, pero reniego de muchas cosas que veo, del pensamiento teledirigido. Yo mismo estoy en parte dominado por este mal, que nadie se lleve a engaño, todos lo estamos; pero los que aún conservamos la capacidad de rebelarnos somos verdaderos proscritos, impotentes, resignados. Debemos vivir como las avestruces, escondiendo la cabeza y centrándonos en nosotros mismos y nuestro círculo más íntimo, conscientes sin embargo de que el entorno está ahí, al acecho. Somos humanos refugiados en nuestras casas, rodeadas de zombies sedientos de sangre. El individualismo está en auge, compañero del egoísmo. Y se alimenta mientras nos hablan de exóticas campañas solidarias y humanitarias en una paradoja hiperbólica, es decir, mientras los zombies nos cantan y cada vez más empiezan a parecernos sirenas...