2011/09/19

Piratería e impuestos

Hace varios años yo era, para según que cosas, muy políticamente correcto. Por aquel entonces creía en las bondades del sistema y el buen funcionamiento de la sociedad si todos ponían de su parte. La teoría se mantiene, por supuesto, pero tiempo después aprendes a distinguir entre un sueño irrealizable y la realidad del ser humano, es decir lo difíciles que son de alcanzar ciertos objetivos por muy fácil que sea imaginarlos.

En aquellos tiempos de muchacho iluso, una de las cosas que siempre defendía era que la piratería informática era algo malo para la industria, ya sea de videojuegos, de música o de películas. En realidad era un hipócrita, porque, con poco más de una paga semanal, me veía forzado a conseguir toda clase de juegos copiados. Imaginaba que, si hubiera tenido dinero, los habría comprado originales y en cierto modo no iba del todo desencaminado: años después, cuando empecé a trabajar y aún vivía en casa de mis padres, comencé una colección de películas, todas ellas nuevas, que ahora conforman una nada desdeñable videoteca. En definitiva pensaba que, si todos pudieran comprar productos genuinos, los precios bajarían, se financiarían nuevos proyectos, etc.

Sandeces. Hacen falta una serie de años, pero apenas tienes algo de perspectiva te das cuenta de que todo es un engaño. Las empresas quieren ganar todo el dinero posible, como es normal, y nunca van a rebajar los precios si pueden evitarlo. Lo supe por primera vez cuando ponían el formato de cartucho como excusa para justificar el alto coste de los juegos: los llamados cartuchos eran en sí mismos pequeñas placas de memoria con sus respectivos conectores, condensadores, circuitos impresos y demás. Cada juego era en realidad una especie de ampliación de la consola, una parte del hardware que se insertaba en la misma. Cuando este formato murió y fue sustituido por el CD, es decir, por discos producidos a granel en los que simplemente se grababan los juegos (software), los precios se mantuvieron exactamente iguales. ¿Qué empresa, habituada a unos ingresos por sus productos, rebajaría los precios en vez de aumentar su umbral de ganancias? Y así fue. Hubo quejas, por supuesto, pero quedaron en aguas de borraja. ¿Y ahora? Pues nos encontramos con un fenómeno similar, es decir el de las descargas digitales: ya no hay distribuidora, por no haber no hay ni producto, ni caja, ni libro de instrucciones... ya te venden directamente lo mismo que pirateabas, pero pretenden cobrarlo al precio habitual. No exagero: los juegos originales que salen en formato físico y digital cuestan lo mismo. Eso por no hablar de las campañas e iniciativas emprendidas por muchos desarrolladores para evitar la compra de juegos de segunda mano, que según ellos les causan pérdidas insólitas en sus abultados y enfermizos números. En definitiva, que en esta ocasión está muy claro quién va antes, si el huevo o la gallina: los empresarios de la industria jamás pensaron en rebajar el PVP, sino en incrementar sus beneficios. Podría decirse incluso que en realidad cuentan con la piratería y viven de los pocos que pueden permitirse productos originales o no saben dónde obtener las copias. Dicho de otra forma: los precios ya están pensados para gravar al llamado comprador serio, honesto, legal o como se quiera.


Recientemente he trasladado este razonamiento a la supuesta solidaridad que, desde el Estado, se pide a los contribuyentes. Curiosamente, las mismas personas que fueron "adelantadas" en su momento defendiendo la piratería -aunque, siendo justos, la defendían por otros cauces más bien idealistas-, son quienes ahora me sermonean sobre el deber ciudadano y la contribución al bienestar público, o algo así. Más sandeces. ¿Qué es el Estado? Una panda de señores habituados a nadar entre dinero que no han ganado, enchufando a amigos, concediéndose a sí mismos toda clase de prevendas y en general acostumbrados a considerables niveles de atoindulgencia y cinismo. Ese es el Estado al que algunos pobrecillos contemplan casi como a Dios, en esta deriva social donde los individuos, cada vez más despojados de valores y referencias, son pastoreados sin contemplaciones. Las empresas buscan el fin último del beneficio económico y la administración pública, a su vez, derrocha buena parte del dinero de todos en caprichos, ocurrencias, amiguismos, subvenciones exóticas y demás mamarrachadas. En pocas palabras, dos formas de exigir más y más del consumidor/contribuyente, siendo a todos los efectos pozos sin fondo. Irónico para dos planteamientos en principio tan opuestos.

Seamos claros: el que compra todos los productos informáticos originales, así como quien declara hasta el último euro, hoy por hoy, es un iluso, un hombre con las manos atadas o un millonario. Desgraciadamente, diera la impresión de que el modelo contributivo español se basa en la fiscalidad de unos pocos para regocijo de muchos pícaros, igual que los desarrolladores de videojuegos o los productores de cine saben que muchos piratean, lo cual ya tienen en cuenta para cuadrar sus cuentas. Pero, si exigimos a las empresas que PRIMERO bajen ellas los precios, si acusamos claramente su tremenda ambición, si decimos que piratear sus productos es casi legítimo, ¿acaso no podemos pedirle lo mismo al Estado? ¿Es normal que a una señora en condiciones más bien modestas y que acaba cobrando un seguro de invalidez privado, le sustraigan una parte del mimso? ¿Tiene sentido que haya quien ha tenido que vender la casa que hereda al no poder pagar los impuestos correspondientes? ¿Hay derecho a que la cuota fija de un trabajador autónomo sea en España cinco veces la de Alemania, gane lo que gane? ¿Por qué? ¿Quiénes? ¿Con qué jodido derecho? Para construir carreteras, que la sanidad sea pública, la escuela de calidad, no haya gente tirada en la calle, te dicen... muy bonito todo. También los desarrolladores de software hablan del proceso creativo, la inversión, el futuro de la industria, etc., etc., etc. Esto es voracidad señores, adórnenlo como quieran.


Y no nos confundamos. Si el lector cree que este post es un canto a la evasión fiscal, no ha entendido nada. Los impuestos son necesarios, pero aun más, deben ser SAGRADOS. Si pedimos que una empresa privada reduzca los precios para que los usuarios compren productos originales, si en definitiva pedidos un gesto por su parte, ¿acaso no es legítimo pedir lo mismo de los politicuchos? ¿Qué es eso de las subvenciones y quién decide cómo, cuándo y dónde se conceden? ¿Qué es eso de tirar el dinero de los contribuyentes en una verdadera corte y subcortes, con miles de asesores, amigos y enchufafos? Y, por supuesto, ¿qué es eso de que haya la más mínima trama de corrupción? Mientras todo eso exista, o mejor, mientras quede impune, es imposible pedir la solidaridad ciudadana. Como sucede con las señales de tráfico, que todo el mundo se salta, en este país de pícaros, todos, ciudadanos y políticos, barren para casa, evaden, enchufan y hacen y deshacen como buenamente pueden.

A riesgo de repetirme, no se puede exigir la colaboración del ciudadano (= compra de productos originales) mientras la administración no de un paso antes. Y ese paso debe ir dirigido a gestionar muy bien el dinero público, racionalizarlo y, si existe el menor indicio de corrupción, meter a ese ladrón del pueblo en la cárcel inmediatamente muchos años. Y así, añadiría, podría exigirse la buena fe de todos y los impuestos acabarían bajando por sí solos. Pero de momento no hay derecho a que familias enteras pasen verdaderas penurias para que estos majaderos se den la vida padre; y, mientras eso sea así, el sermón de los impuestos se lo pueden meter por el culo.

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