2007/05/14

Delitos contra la buena fe

Un post este sobre algo que frecuentemente pasa inadvertido cuando es no poco grave. Hay un tipo de delitos para los que debería existir un agravante especial que, al menos hasta donde yo sé -y que Serge o Pitu me corrijan en caso contrario-, no se contempla, o no como debería en sí mismo. Hablo de aquellas faltas, independientemente de su gravedad (que es el fin, no el medio al que me refiero), que se aprovechan de la buena fe de las personas, de su generosidad, su solidaridad, su buen corazón, su altruismo o como queráis llamarlo.

No es en absoluto exagerado afirmar que, si en una sociedad civilizada un hombre se muere de frío en la calle, como me contaba hace poco Ramsey, tras haber permanecido horas tirado en medio de la acera, es sin duda por el cúmulo de pequeñas o grandes "maldades" que, fomentadas por el boca a boca y las por todos conocidas leyendas urbanas, atemorizan al transeunte, hasta el punto de convencerle de que, de acercarse para ayudar al pobre hombre semi-congelado, otro aparecerá de entre las sombras para robarle la codiciada cartera u otra fechoría, por poner un ejemplo. Ayer otro amigo me contaba como, estando en El Retiro con su mochila del colegio, hará 12 o 13 años, un señor se acercó para preguntarle por una calle; de pronto le advirtieron y, cuando quiso darse cuenta, su mencionada mochila había sido robada por el cómplice: ¿moraleja? Le voy a indicar la calle a su puta madre. Se empieza así y se termina por ver a un señor tirado en el suelo y decenas de personas pasando a su alrededor hasta que muere congelado... una realidad terrible.

Luego está el hecho demostrado de que, a la hora de comprometerse con la causa, el ciudadano de a pie lo hace de golpe y hasta las últimas consecuencias, implicándose de pronto en cuerpo y alma. Es como si realmente todos sientiéramos la necesidad u obligación moral de ayudar al resto (gracias a Dios), pero no llegamos a hacerlo y, de dar el paso, lo hacemos hasta las últimas consecuencias... en todos los sentidos. De ahí que, por ejemplo, si alguien se abalanza sobre un ratero, el gregarismo llama a otro y otro y otro y, de verse en esas, no será de extrañar el linchamiento del pobre diablo, auspiciado por un aura de furia contenida durante días, semanas, meses o años viendo cosas ante las que miramos en otra dirección.

Pedirle a alguien su ayuda, su amparo, su apoyo, llamar a la piedad o compasión de las personas para engañarlas vilmente y sacar un provecho a cambio, es algo que hace de esta sociedad algo peor, como las pocas manzanas podridas que acaban contaminando al resto. Si alguien, como le ocurrió a mi madre, te dice con un perfecto acento inglés que es una turista a la que han robado la documentación y necesita ayuda urgentemente, que está desesperada y que no tiene medio alguno, te saca los 20 euros de turno y desaparece como ha llegado, incluso citándote en un café para devolverte el préstamos y dándote el plantón correspondiente, ¿qué conclusión se deriva? Pues que no vuelves a ayudar a otra "turista". Luego aparece la de verdad en apuros y se encuentra una sociedad de hombres grises aparentemente insensibles, triste.

La ley debería contemplar cuáles delitos se aprovechan deliberadamente de la buena fe de las personas para administrar penas mayores, o, como en la Edad Media y por qué no, volver a los tiempos en que esta clase de farsantes eran señalados por todos al tener que ir metidos en un barril de colores, con orejas de burro o una nariz de cucurucho :-)

Mención aparte para esos genios que inventaron los engaños para cabrones, como el timo de la estampita. Esta gente -y no es coña-, al contrario, debería ver sus penas atenuadas, puesto que, de estafar a alguien, lo han hecho a gente sin escrúpulos. Para quien no lo sepa, el tema este de la estampita era algo así como que un individuo, haciéndose pasar por retrasado mental, le decía a un señor que le cambiaba billetes de cinco mil pesetas por otros de varios colores que le gustaban mucho (léase con voz bobalicona, en plan "guta muchoooo"); resulta que de los billetes de cinco mil y siendo un profesional, sólo el primero o segundo eran auténticos de un aparente fajo bien surtido, pero a cambio el incauto transeunte, que por otro lado se disponía a estafar y aprovecharse de un supuesto retrasado, le daba varios de mil, dos mil, diez mil... Estafar al estafador, bien merecido. Como esto, estaba el "subnormal" que vendía un billete de lotería supuestamente premiado por unos pocos miles de pesetas y algunas cosillas más. ¿Cuál es la diferencia, más allá de lo obvio? Que la próxima vez ese señor estafado no volverá a intentar aprovecharse de un retrasado, casi nada.

Un saludo!

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