2007/03/06

Padre, yo me confieso

Rectificar, corregirse, aceptar los propios errores e incluso tener la capacidad de reconocerse estúpido o sencillamente incapaz ante determinadas circunstancias. Muy pocos hemos alcanzado esta capacidad, pero aun menos, apenas nadie, sabe apreciarla. De un tiempo a esta parte he comprendido que compartir los miedos y dudas no es signo de debilidad, muy al contrario y, ante críticas constructivas, muchas veces me he visto en la obligación moral de reconocer mis propios errores. Dicen que rectificar es de sabios... y yo añado: para sabios. El grueso de mortales toman los síntomas de arrepentimiento como una debilidad: para prueba de mis palabras, baste pensar en la farándula política... ¿qué dirigente se arrepiente, quién reconoce sus errores? Así es, nadie. Dicho de otra forma, das la mano y te cogen el brazo, cedes en lo más mínimo y se abalanzan sobre ti... locos insolentes.

Para la gente, decía, la confesión de nuestros defectos suele ser, habitualmente, un escalón para salir del fango de la mediocridad, un peldaño donde encaramarse y, aun empapados de barro, permitirse juzgar, criticar, incluso erigirse en voz de una conciencia que no ha existido más que en sus sueños de grandeza más ocultos y frustrados. Así es: los débiles se hinchan de orgullo porque han descubierto ese tu defecto, sin pararse a pensar que se lo hayas o no confesado ni el por qué. Posiblemente lo exagerarán y, cuanto más asientas y te reconozcas en evidencia, más y más lamerán de la herida, como sanguijuelas en éxtasis, creciéndose a costa de tu sangre envenenada... ¡qué tristes aquellos que se alimentan de nuestras desgracias!

Soy Miguel, soy vago y perezoso, incapaz de emprender la iniciativa más que por mi propio interés, cuando entonces me demuestro muy capaz. Soy algo egoista, egocéntrico y en general ego-lo-que-sea. Me maravillo ante la colaboración y buena disposición de algunas personas ante favores o tratos que en mi caso solo concedería en caso excepcional... sin embargo, no me sorprendo tanto cuando soy yo quien sale beneficiado. Estoy tarado con la comida y en este sentido pienso como un gordo terminal de 300 kilos, pero en general soy ansioso con todo. Me rodeo de todo tipo de gente, incluso aquella perjudicial, porque soy incapaz de denunciar conductas estúpidas y más bien miro en otra dirección, me lavo las manos, tengo criterios pero no suelo expresarlos abiertamente, peco de cobardía en este sentido; de hecho, cuando bebo me permito vacilar un poco al personal y decir aquellas cosas que nunca diría o haría, escudado tras una pretendida moderación que no esconde sino una postura fácil y comodona ante los demás. También, supongo, anhelo sentirme observado, querido, apreciado, de ahí que me mezcle con toda clase de individuos, incluso aquellos con quienes realmente no comparto más que una pretendida admiración que no existe más que en mis anhelos de llamadas nunca contestadas, de mensajes estúpidos perdidos en la red telefónica; tengo la agenda llena de gente que, bien pensado, me importa tres cojones y a la que ni importo, especialmente chicas (supongo que me inspiran una mayor sensación de complacencia). Soy tan estúpido que me ahogo ante situaciones conflictivas o desagradables, pero si estoy acompañado por alguien más tímido o introvertido, de alguna forma me crezco, ¡como si algo cambiara! Supongo que en general me gusta llamar la atención, no dejo de hacer gestos, frases hechas y poses que, a quien no me conoce, bien podrían parecer de chiflado. Pienso demasiado, incluso en las cosas más nimias, porque quiero creerme cerebral cuando en el fondo soy muy sentimental, capaz de perderme por el torrente de las pasiones... de ahí que a veces hable con los demás de manera aparentemente razonable para decirme, básicamente, cosas a mi mismo y refrenar así mis impulsos. Ufff, si me paro a pensar, podría sacar más cosas, seguro...

También he corregido algunos defectos con el tiempo, pero precisamente por ello no merece la pena nombrarlos, ¡que ya está bien! Ahora, pequeñuelos, podéis frotaros las manos con todos estos defectos al descubierto, listos para tapar vuestra miseria a costa de las debilidades ajenas... o podéis apreciar la viga en vuestro ojo y cerrar esa bocaza de mierda, tal vez incluso albergar algún propósito de enmienda. Me pregunto, realmente, cuánta gente sería capaz de llevar a cabo este simple ejercicio de humiladad, desde luego conozco a algunos que en su puta y ramplona vida; resulta irónico, sin embargo, que cuanto más apesta el tufo de nuestros defectos, más nos obcecamos en desmentirlo o disimularlo.

Un saludo!

1 comentario:

Mike dijo...

[mini-Mike]

Querido Mike, nadie contesta a este post, cómo no :-)

Por mucho que se pretenda que todos nos conocemos, defectos incluidos, no es lo mismo un secreto a voces que una realidad abierta, ya lo creo: a nadie le gusta mirarse al ombligo.

Pero reconocer tus errores no te hace vulnerable, al contrario, más consciente y por tanto consecuente. Sin embargo, tal vez existan algunos que ni contemplas, o peor, no consideras como tales...

Aun así, en mi opinión, ¡ole tus cojones! No se puede vivir con miedo.

Un saludo!